Como domestiqué mi cerebro loco

Imagina tu mente como un apartamento compartido con un compañero de piso francamente insoportable. Este personaje, al que llamaremos “Rodolfo, el Catastrofista Profesional”, se dedica a las 24 horas del día a predecir desastres, recordarte todos tus errores pasados y, en general, a arruinarte la fiesta mental.

Su repertorio favorito incluye joyas como:

“¿Vas a dar una charla? ¡Perfecto! Espero que disfrutes del sonido de tu voz temblorosa y las miradas de lástima.”

“¿Una cita? ¿Has pensado en la posibilidad remota de que te caiga un meteorito? Porque yo sí, y es altamente probable.”

“¿No te ha llegado un ‘ok’ al WhatsApp en 3 minutos? Enhorabuena. Eres oficialmente la persona más odiada del hemisferio occidental.”

Mi Rodolfo interior no solo tenía megáfono, sino que había instalado un sistema de sonido surround en mi cerebro. El problema alcanzó su cénit hace unos meses con lo que yo llamé “La Gran Parálisis del Proyecto Freelance”.

Un cliente me ofreció un trabajo fantástico, bien pagado y en un campo que me encantaba. Era la oportunidad perfecta. ¿Mi reacción? Entrar en un estado de pánico larvado que me llevó a posponerlo durante DOS SEMANAS. Abría el documento, Rodolfo empezaba con su cantinela (“¿Y si no está a la altura? ¿Y si tu cliente descubre que eres un fraude? ¿Y si, por intentarlo, el universo entero se desintegra?”), y yo, obedientemente, cerraba el documento y me ponía a ver videos de gatitos torpes en YouTube. Era una huida hacia adelante, pero hacia atrás. Un sinsentido.

La procrastinación había pasado de ser un mal hábito a una estrategia de supervivencia dictada por un dictador mental. Hasta que dije: ¡basta! Fue entonces cuando, en mi desesperación, rescaté del cajón de los trucos olvidados una técnica de Programación Neurolingüística (PNL) llamada “El Reencuadre” o “Reframing”.

¿Reencuadrar? Suena a cosa de marcos de cuadros aburridos…
Pues sí, y no. Es justo eso. Imagina que tienes una foto horrible tuya, con mala cara, mal ángulo y un pigeon gigante volando frente a tu cara en el momento exacto del disparo. Esa foto es el “marco” de ese recuerdo: desastroso.

¿Qué hace el reencuadre? Coge esa misma foto, la saca del feo marco de plástico de chino, y la mete en un marco de oro vintage, con una luz cálida y un título debajo que ponga: “Aquel día que sobreviví al ataque de una paloma mutante con elegancia y estoicismo”. La foto es la misma, pero el significado cambia por completo.

La técnica no cambia los hechos, cambia la interpretación de los hechos. Y Rodolfo, el muy cabroncete, es un experto en elegir los marcos más horteras y deprimentes para todas las experiencias.

El Día que Enfrenté a Rodolfo (Con la Elegancia de un Jedi Borracho)
Decidí aplicar el reencuadre a mi Gran Parálisis. Me senté, no frente al documento del proyecto, sino con un cuaderno. Y seguí estos pasos, que tú puedes copiar para tu propio Rodolfo personal:

Paso 1: Identificar el Pensamiento Tóxico.
Tenía que atrapar a Rodolfo en pleno monólogo. El pensamiento era claro: “Si no hago un trabajo perfecto, el cliente me despedirá y mi reputación se hundirá para siempre. Es mejor no arriesgarse.”

Paso 2: Ponerle un Traje de Payaso.
La PNL dice que hay que desmontar la generalización. Así que le contesté a Rodolfo: “Un momento, ¿’para siempre’? ¿Incluso después de la extinción del sol? ¿Mi reputación flotará en el vacío interestelar como un cartel que diga ‘Aquí yace un fraude’? ¿Y ‘perfecto’ según qué estándar? ¿Los de Dios? ¿O los de un tipo que se pasa el día viendo memes?”.
Al exagerar la tontería de la generalización (“nunca”, “siempre”, “todo”), le quitas poder. Suena estúpido, y por eso funciona.

Paso 3: El Reencuadre en Acción (La Magia).
Aquí viene lo bueno. Me pregunté: “¿De qué otra manera puedo interpretar esta misma situación? ¿Qué otro marco le puedo poner?”

El marco viejo de Rodolfo era: “Miedo al Fracaso Apocalíptico”.

Empecé a buscar marcos alternativos, más molones:

Marco del Aprendizaje: “¿Y si este proyecto no es un examen final, sino un laboratorio? Un lugar para aprender, equivocarme y mejorar para el próximo. Hasta los chefs Michelin queman la tortilla a veces.”

Marco del Protagonista de Serie: “Esto no es ‘miedo’, es ‘tensión dramática’. Todo héroe tiene que enfrentarse al monstruo de la duda antes de sacar su espada brillante (o su PowerPoint brillante). ¡Es lo que hace la historia interesante!”

Marco del Servicio: “El cliente no me ha contratado para que sea perfecto. Me ha contratado para que le resuelva un problema. Centrarme en el ‘perfeccionismo’ es en realidad ser egoísta, porque estoy pensando en mí (“¿qué dirán de mí?”) en lugar de en él (“¿cómo le ayudo?”). ¡El marco egoísta es el de Rodolfo, no el mío!”

Y entonces, encontré el marco ganador. Uno que hizo que Rodolfo se callara de golpe.

El Nuevo Marco: “El Experimento Científico Absurdo”.

Me dije: “Vale, cerebro. No vamos a trabajar ‘en el proyecto’. Eso da demasiado yuyu. Vamos a hacer un experimento. La hipótesis es: ‘Si dedico solo 25 minutos a mover cosas sin comprometerme a nada serio, ¿explota el universo?'”.

Transformé la tarea gigantesca y aterradora en un juego trivial. No era “escribir un informe magistral”, era “escribir dos párrafos tontos y ver qué pasa”. El objetivo ya no era el éxito; el objetivo era testear la hipótesis ridícula de que el mundo se acabaría.

El Resultado: O cómo pasé de patético a (casi) héroe
Puse un temporizador de 25 minutos (la Técnica Pomodoro, otro grande). Rodolfo protestó: “¿Solo 25 minutos? ¡Ni así es suficiente para empezar a ser perfecto!”. “Cállate, Rodolfo”, le dije. “Es por ciencia”.

Y empecé. Minuto 5: Siguió protestando. Minuto 10: Se quejó un poco menos. Minuto 20: ¡Había entrado en un estado de flujo! Había roto la barrera de la inercia. El marco del “Experimento Absurdo” había funcionado. No había presión.

Cuando sonó el temporizador, no lo paré. Seguí. Terminé un primer esbozo esa misma tarde. Se lo mandé al cliente con un “esto es un primer enfoque, dime qué te parece”.

Su respuesta: “¡Me encanta la dirección! Justo lo que estaba buscando. ¿Cuándo crees que podrías tener el siguiente avance?”

Rodolfo se quedó sin palabras. Su predicción apocalíptica no solo no se había cumplido, sino que había recibido feedback positivo. Le había quitado el megáfono.

Al final, entregué el proyecto. Al cliente le encantó. Me pagaron. Y mi reputación no solo no se hundió, sino que mejoró. Pero el verdadero triunfo no fue el dinero. Fue haber encontrado la llave para encerrar a Rodolfo en el armario cuando se pone pesado.

Moraleja (o como mínimo, una reflexión con gancho):

Tu cerebro es una herramienta maravillosa, pero a veces funciona como un GPS mal configurado que insiste en llevarte por una carretera cortada llena de baches y zombies. El reencuadre es simplemente tocar la pantalla y elegir una ruta alternativa. La distancia a recorrer es la misma, pero el viaje es mucho más agradable y, lo que es más importante, ¡realmente llegas a destino!

La próxima vez que tu Rodolfo interior te alarme con que el café derramado es una señal de que tu vida es un desastre control, reencuádralo: “¡Increíble! Este patrón abstracto marrón confirma mi vocación de artista del expresionismo moderno”. Y verás cómo el problema se desinfla solo, dejando solo una mancha y una sonrisa.

Ahora, si me disculpas, tengo que ir a ver unos videos de gatitos. Pero esta vez no por procrastinar, sino por puro placer. El marco lo es todo.

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